Las corridas de toros son un espectáculo vergonzoso que escenifica la falsa superioridad y la fascinación enfermiza con la sangre y la carne de la que se alimentan, contra toda lógica ética, quienes creen tener un derecho divino a disponer a su antojo de la vida de otros seres sensibles, llegando incluso a justificar y trivializar la muerte del toro como arte y diversión; un comportamiento patológico que nace de una incapacidad para afrontar el dolor de las víctimas.Según datos existen 40 000 toros sacrificados y un solo torero muerto, esto siginifica que existe una mínima la posibilidad de ser testigo directo de alguna cornada, o de la muerte del matador; es decir un riesgo fortuito infrecuente
Los toros que van hacer espectáculo en dichas corridas son animales, condicionados desde el nacimiento para representar, el papel más funesto de un fatídico guión, dividido en tres suertes, en las que unos siniestros mercenarios muestran su desprecio a la vida, acosando y “castigando” a un noble toro, manipulado y traicionado, con arpones y picas afiladas, hasta que muere, asfixiado o ahogado en su propia sangre con los pulmones destrozados por la espada del matador, o apuntillado con un puñal con el que intentan seccionarle la médula espinal.
Antes de entrar los toros a la plaza los ganaderos les suministran fármacos y purgantes, que actúan como hipnotizantes y tranquilizantes, produciendo falta de coordinación del aparato locomotor y defectos de la visión antes de comenzar la farsa taurina y ser descuartizado por los picadores, que le clavan el hierro de la puya en el morrillo, abriendo, a modo de palanca, un tremendo agujero con la cruceta, cortando y destrozando los tendones, ligamentos y músculos de la nuca para obligarle a bajar la cabeza y poderle matar más fácilmente.Continuando con el suplicio de las banderillas; tres pares de arpones de acero cortante y punzante llamadas alegradores, le rompen la cerviz, quitándole fuerza y vitalidad, antes de ser estoqueado por los sicarios de la espada y el puñal; una labor premiada con las orejas, rabos y patas arrancadas de sus víctimas, incluso antes de su muerte, como trofeos que testifican el grado de deshumanización de sus cobardes verdugos y quienes les alientan con el griterío inconsciente o un silencio cómplice.
Hasta cuando vamos a seguir con esto, no es posible que en pleno siglo XXI sigamos con una mentalidad absurda.
Asistimos según la tradición quiteña y por ser fiestas de Quito a una corrida de toros “arte de matar” pero en realidad asistimos a un cruel asesinato, donde los actores principales, son unos cobardes asesinos, que para matarlos tienen que usar otros recursos, sino serian unos ineptos frente a un toro.Las corridas de toros, además de carecer de sentido ético y apoyo social, incrementan el desprecio hacia los animales y la insolidaridad entre los ciudadanos, acostumbrados a permanecer impasibles ante el linchamiento de un ser vivo.
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¡No mAs! |